SÁBADOS EN EL SAMBER

 SÁBADOS EN EL SAMBER


(Muchos de los nombres de este diario de campo fueron cambiados para asegurar la protección a la identidad y privacidad)


“Tienen que ir a un lugar al cual nunca hayan ido y sea verdaderamente nuevo para ustedes”. Estas palabras del profesor Cobos eran las que pasaban por mi mente, cada vez que nos enseñaba un diario de campo de estudiantes que habían cursado la materia anteriormente. Me dejaba impresionada el hecho de que algunos habían decidido ir a “La Piscina”, otros a un club de strippers, e incluso, otros, a la cárcel. Sin embargo, mi compañera y yo nos terminábamos haciendo la misma pregunta, clase tras clase: “Y nosotras, ¿a dónde vamos?”. Fue entonces que el profesor Cobos dictó una clase explicando uno de los métodos de investigación, refiriéndose a él como uno de sus favoritos. No entendí por qué, pero luego lo hice. IAP, es decir, investigación acción participativa. Esta se trata de una colaboración entre el investigador y los miembros de la comunidad con el fin de dar solución a una problemática. En ese momento supe exactamente a donde debíamos ir, o mejor dicho, con quién. 


NATALIA


Crecí en una iglesia cristiana que siempre se ha enfocado en compartir el amor de Dios a otros, y en el proceso, se caracteriza por formar líderes que deseen asumir este trabajo y pagar el precio del Evangelio. Esta última palabra, siendo de mis favoritas del diccionario, significa “Buenas noticias”. Esto será importante tenerlo en cuenta para lo que se mencionará más adelante. A mi iglesia asiste una líder, que después de conocer todo lo que hace, me siento muy orgullosa de llamar “amiga”. Su nombre es Natalia. Ella se enfoca en llevar el amor de Jesús a las personas que se encuentran viviendo en las calles de Bogotá. Les lleva alimentos cuando puede y recoge en la iglesia donaciones y así, proveer para sus necesidades. Cuando el profesor Cobos habló de la IAP, realmente nació en mi corazón, no solo un deseo de ir a observar alguna comunidad que no conociera, sino a esforzarme por hacer un cambio. Le comenté a mi compañera y en sus ojos vi la respuesta: “¡De una!”. 


FER


El paso siguiente era hablar con Natalia. Ella me explicó que desde hace un tiempo había abierto una célula con algunas personas de esta comunidad. Una célula, son reuniones que se hacen una vez a la semana, con personas que quieran profundizar en las enseñanzas de la palabra de Dios, quieran aprender cómo orar y, lo más importante, cómo cultivar una amistad con Jesús. Debido a que las reuniones de la iglesia son bastante grandes, las células ayudan a tener un trato y crecimiento mucho más personalizado. Mi amiga me explicó que había abierto esta célula después de ver a Dios obrando sobrenaturalmente en la vida de Fernando, un joven que antes vivía en las calles. Él venía de una familia disfuncional, y empezó a probar y consumir droga desde que era muy pequeño en su colegio. Fer, como ahora todos lo llaman, terminó en las calles, no solo consumiendo, sino vendiendo droga. Una vez incluso, su familia pensó que lo habían asesinado, pues reportaron a una persona con múltiples heridas de bala, cerca de la zona en la que él se encontraba, con características físicas que coincidían con las de Fernando, pero no era él. Nata nos explicaba que las primeras veces que lo vio, se acercaba a él a hablarle; sin embargo, nos dijo que estaba “en severo viaje”, por lo que mantener una conversación con él, no era nada fácil. Fer le comentó que debía dinero y que lo estaban buscando para matarlo. Ella le preguntó cuánto debía, y quedó asombrada, pues eran 10mil pesos. Él le explicó que por 10mil pesos allá matan a la gente. Un día, organizaron en la iglesia una reunión para aquellos que quisieran conocer a Jesús, y que nunca lo hubieran hecho. Nata, sin dudarlo dos veces, montó a Fer en su camioneta y lo llevó a la iglesia. 


Después de ese día, Fer no volvió a ser el mismo. Él dice que pudo ver a Dios y que fue él quien lo transformó. Hoy en día, Fer volvió a vivir con su mamá, no volvió a consumir, Dios sanó sus ojos, pues por las drogas, había perdido mucha visión, va a la iglesia todos los sábados a nuestra reunión de jóvenes, y lee su Biblia todos los días. Él comenta que esto último es lo que realmente le impide volver atrás. Nata terminó esta historia diciendo: “Cuántos más, Dios, podrá transformar”. Luego, comentó que ella hacía sus células todos los sábados a las 11am. A mi compañera y a mí nos pareció perfecto el horario, ya que no se cruzaba con ninguna actividad más. Sin embargo, cuando nos dijo en dónde hacía sus células, quedamos “paté” como dicen por ahí. “Listo, Sofi, la célula es en el Samber”. El Barrio San Bernardo se localiza en el Centro de la Ciudad. En él confluyen tres importantes ejes de movilidad: Av. Comuneros, Avenida Caracas y Carrera 10. Ciertamente, mi compañera y yo nunca habíamos estado en la zona, por lo que estuvimos de acuerdo en afirmar que cumplía con los requisitos del profesor Cobos. Natalia nos dijo que mejor llegáramos a su casa, y de ahí partíamos para la célula, y así fue. 


Sábado 6 de marzo, 2024 


Llegó el día. Natalia, el día anterior, nos había dicho que fuéramos con toda la humildad, por lo que mi compañera y yo decidimos ponernos ropa que “reflejara esa humildad”. Una muy mala idea, pues cuando llegamos a su casa, Natalia se burló especialmente de mi ropa, y me dijo que no era necesario ir en pijama. Ya estando allá, lo único que podíamos hacer era reírnos de nuestra inexperiencia. Nata iba súper bien arreglada, pues nos explicaba que en el Samber no robaban mientras fueras parte de la comunidad. Nos dijo que Fer nos iba a acompañar, y como él había vivido allí, muchas personas lo conocen y respetan por haber salido de la condición en la que muchos se encuentran hoy. Considero que él fue uno de los instrumentos que Dios usó para tener un poco más de protección en el lugar. En la casa de mi amiga, tomamos unas bolsas de ropa y Nata nos pidió que las dividiéramos entre ropa de hombre y mujer, tratando de hacer pintas completas. Esto era necesario ya que ella nos contó que esta comunidad está acostumbrada a que lleguen personas y les brinden cosas, pero que nada realmente cambie su situación. Cuando esto sucede, muchos de los habitantes de calle llegan al lugar a tomar lo que puedan y a veces eso se presta para conflictos entre ellos, lo que representaba peligro para nosotras. El plan era darles mudas completas de ropa a aquellos que después de escuchar la palabra y hacer parte de la célula, quisieran ir a la iglesia. Esto hacía que ellos se sintieran colaborando por un mismo propósito, lo cual lo asocié con la IAP. Metimos la ropa de nuevo en las bolsas y nos dirigimos al Samber. (Ver figura1)


Figura 1. Llevando las bolsas de ropa
Figura1. Llevando la ropa al Samber


La mamá de Nata nos recogió en su camioneta. Con ella venía Alejandra, mi otra amiga de la iglesia que le ayuda a Nata con todas las cuestiones de la célula. Ellas traían una bolsa casi de mi tamaño con la comida. Nos comentaban que para todo esto se necesitan bastantes recursos, y que por ejemplo esa semana, no tenían lo suficiente para comprar la comida. “Dios proveerá”, dijo Nata, al contarnos que pudieron conseguir la comida en el último minuto. Al acercarnos al lugar, nos iban señalando los lugares más fuertes de la zona, y nos comentaron que al parque al que íbamos, estaba a unas cuadras de la “olla”. Sabiendo lo que significaba, no quise preguntar mucho al respecto para no ponerme más nerviosa de lo que ya estaba. 


CRISTIAN


Antes de llegar, les pregunté a mis amigas cual era uno de los testimonios que más les había impactado de las personas que asisten a la célula. Nata nos dijo que a la célula asiste un joven, que no quería decir su nombre porque era perseguido por él. Su madre había muerto de cáncer, su padre abusaba sexualmente de su hermana, y a él, lo había obligado a convertirse en sicario. Frente a esta situación, él se fue de su casa y contactó a un tío, quien vivía en el Samber. Él le enseñó las reglas del lugar y cómo sobrevivir en él. Cuando empezó a asistir a las células con Nata, se animó a ir, con ella y con otras 9 personas del Samber, a la iglesia el viernes santo. Cuando llegó allí, él no quería ser visto, pues sentía que lo iban a condenar y juzgar, por lo que trataba de escapar lo más posible de la vista de los pastores, pero su plan no funcionó. Al final de la reunión, Nata y Aleja llevaron a todos sus invitados a protocolo (las oficinas de los pastores), a que ellos oraran por la célula. 


Cuando llegaron, los recibieron los pastores de jóvenes, quienes les dieron una cálida bienvenida. Al empezar a orar por ellos, el joven trataba de esconderse detrás de Nata; sin embargo, el pastor lo vio. Fue hasta donde él estaba, puso sus manos sobre él y, guiado por Dios, empezó a decirle cosas de su vida pasada. “El Señor te dice que tu nombre no será más Andrés, porque Él redime y perdona tu pasado hoy. Tu nombre ahora será Cristián, porque Cristo te salvó”. Luego, el pastor empezó a decirle que lo amaba y que recibiera el amor del Padre. Cristian, no pudo más, y como quién se reencuentra con un amigo muy amado, abrazó con todas sus fuerzas al pastor y rompió en llanto. Nata comentó que cuando salieron de ahí, Cristián tenía otro semblante y por primera vez, vio una sonrisa en su rostro.


SRA. SANDRA


Cuando llegamos al parque, una de las mujeres que hace parte de la célula, se estaba yendo de ahí. Aleja bajó la ventana, y llamándola por su nombre le preguntó a dónde se dirigía, invitándola a que se devolviera para escuchar la célula: “¿Sandra, para dónde va? Venga a ver pues, que ya llegamos”. Debo reconocer que mis ojos se aguaron un poco al ver como ella al vernos, saltó,  hizo un pequeño baile y se devolvió. Antes de bajar, mi compañera y yo nos miramos y, literalmente, sin decirnos mucho la una a la otra, supimos que nos habíamos mentalizado para, sin importar que, demostrar coraje, valentía, pero por sobretodo, amor. La señora Sandra nos recibió cuando bajamos del carro. Olía bastante a alcohol y se notaba que no estaba en sus cinco sentidos. Apenas la vi, ella me saludó con una gran sonrisa, por lo que yo se la devolví y, sin dudarlo, le di un fuerte abrazo. Mientras mis amigas sacaban la comida y la ropa de la camioneta, Sandra me tomó del brazo y me pidió que la ayudara a subir al parque por otro lado. Me dio un poco de temor, pues mientras nos acercábamos, cada vez más personas se acercaban a nosotras, y el olor a marihuana incrementaba. Fer no había llegado aún, por lo que solo estábamos mis tres amigas y yo recibiendo a todos los que fueran llegando, con una gran sonrisa y dándoles la mano. 



INVITADOS ESPECIALES


La célula empezó, y Nata hizo una oración. Todos cerramos nuestros ojos, y mientras lo hice, no pude evitar asustarme un poco. Podía escuchar como personas se acercaban, pasaban detrás y frente a nosotras, y el olor que se percibía era intenso. Pero, seguí orando y deposité toda mi confianza en Dios, pues ciertamente él era el único que podía cuidarnos en esa situación. Cuando abrí mis ojos habían aproximadamente 20 personas sentadas frente a nosotras, la gran mayoría, hombres. Llegaron personas de todo tipo, en circunstancias y estados muy diferentes. Estaba la señora Sandra, y a su lado, un matrimonio. En la grada de atrás, había una mujer con su hija, de aproximadamente 1 año. La madre estaba vestida con una pantaloneta de jean hasta las rodillas y un esqueleto. Pero su hija, estaba muy bien vestida. Esto me conmovió bastante, pues fue ver el amor de madre, aun sabiendo las circunstancias difíciles que esta familia puede vivir a diario.


 Al lado de ellas, había una pareja. La mujer era rubia y tenía un hermoso aspecto. Su ropa estaba en buen estado, sin embargo, llevaba una gorra con la que tapaba su rostro continuamente. Su novio llevaba una chaqueta grande negra, y parecía sobrio. Pero, al igual que la mujer, tapaba su rostro con la capota de la chaqueta. Al frente de ella había una joven que, a diferencia de la pareja, se veía que estaba bajo el efecto de alguna sustancia psicoactiva. Me sorprendió lo joven que era. Físicamente, parecía tener aproximadamente 16 años, pero cuando hablaba, parecía mucho mayor. Muchos de los hombres que fueron llegando, estaban solos y la mayoría estaban alcoholizados o drogados. Un momento después, llegó Fer con un sacó rojo vibrante, un jean negro y con sus tenis nuevos rojo con blanco. Al instante en el que él empezó a hablar, todos los que estaban hablando guardaron silencio, y lo escucharon atentamente. Cuando terminó, todos le aplaudieron, e incluso el hombre que había llegado con su esposa se levantó a darle la mano. Cuando lo hizo, se quedó mirando a Fer, y le dio las gracias. (Ver figura 2)


Figura 2. Fernando, aquel que logó salir.


Frente a mí, había un hombre de aproximadamente 30 años. Al acercarme y saludarlo, parecía estar sobrio. Esto cambió cuando Nata empezó a hablar de la palabra. En ese momento, el señor empezó a decir múltiples cosas continuamente, algunas sin sentido o graciosas como “Jesús es mi ñero”, “yo merezco estar en el cielo porque he estado en el infierno”, etc. Pero luego, hacía otras afirmaciones con demasiado sentido, y para ser sincera, no parecía estar hablando él mismo. Su tono de voz cambiaba y decía cosas como “El nombre que cargo me pesa”, “Barrabás, Barrabás. Por ese murió Jesús.”,  “yo conozco la ley mosaica”, y luego volvía a repetir “Barrabás”. Esto fue una evidencia para mí de lo denso que es el mundo espiritual, pues justo en ese momento, Nata estaba hablando de cómo al enemigo y sus demonios no les gustaba cuando alguien llegaba a su territorio a proclamar el Nombre de Jesús, quien venció sobre ellos en la cruz. Un momento después, el hombre se fue. 


Llegó al lugar un hombre que llamó mi atención desde que se estaba acercando. Tenía unas gafas de sol en su cabeza, lo cual me pareció interesante, saludaba a todo el mundo y cuando Aleja lo invitó a sentarse, le sonrió y le dijo que estaba bien si se quedaba de pie. De igual manera, después de un rato, se sentó. En un momento, Nata estuvo hablando acerca de cómo cuando nos tratamos de acercar a Dios, aparecían obstáculos para que no lo hiciéramos: “Ahí sí aparece el amigo que era súper tacaño a ofrecernos quien sabe que cosas, o el que nunca se había interesado por nada de uno, a aparecerse en la vida para hacer <<planes>>, etc.”. Él intervino y contó un poco de lo que él había vivido. Dijo que hacía dos meses había salido de la cárcel. Comentó que todos los “amigos” que lo habían dejado solo cuando ocurrió todo, ahora habían aparecido de nuevo como si fueran hermanos. Pero dijo que eso, ciertamente, era una ilusión de la que te libras en los tiempos difíciles. Reflexioné en esto y me pareció demasiado valioso su aporte, pues las pruebas, muchas veces, son las que permiten que el velo y muchas creencias falsas que teníamos en la mete, caigan.


Pasaron varios hombres detrás de nosotras, mirando si teníamos comida, pero cuando los invitamos a escuchar la palabra, se iban de inmediato. En seguida pasaron tres hombres, los cuales tenían rasgos físicos similares. Se les invitó a sentarse y, en cuestión de segundos, estaban los tres escuchando la palabra. Su vestuario y semblante evidenciaba que llevaban mucho tiempo en las calles, pero cuando Aleja los invitó a sentarse, todo en ellos cambió y, entonces, vi esa gran sonrisa. Realmente me impactó y pensé “Esto, en verdad, hace que todo valga la pena”. Al lado de ellos, se sentaron dos hermanos, ambos con camisetas de un equipo de fútbol y con gorras de este. Al igual que los hombres que mencioné anteriormente, estos parecían estar sobrios y atentos a cada palabra de Nata. De la misma forma fueron llegando cada vez más personas. De repente, estábamos paradas frente a 30 personas. Pensé que esto me iba a dar escalofríos, pero en realidad, cada vez me sentía más segura. La célula duró aproximadamente una hora y cerramos con otra oración. Esta vez, sin temor alguno, cerré mis ojos. (Ver figura 3)


Figura 3. La palabra desintoxica

GERARDO


Fuimos rápidamente a donde está la comida, pues Nata nos había dicho que debíamos correr y dar las porciones priorizando a aquellos que habían estado escuchando la célula. Así lo hicimos, y nos dimos cuenta de cómo personas que no habían estado durante la reunión o estaban sentados viendo de lejos, se acercaban a pedir su plato. Cuando les repartimos a los de la célula, les dimos a los demás, hasta que se acabaron los almuerzos. Una de las personas que no había estado en la célula, pero que pudo comer, fue Gerardo. Él se acercó con un objeto de acrílico en sus manos, el cual, se encontraba lijando y diseñando. Pidió un almuerzo para él y para su hija, pero creo que no era tan cierto, pues luego vi las dos cajas de almuerzo vacías al lado de él y su hija no había aparecido. Me reí en el interior, pues yo lo definiría como una auténtica “primiparada”. (Ver figura 4)


En fin, me pareció muy lindo lo que él estaba haciendo con el acrílico, así que mientras mis amigas hablaban con los demás invitados, me acerqué a él. Me dijo que muchas gracias por la comida y que no había podido participar de la célula pero que él tenía a Dios muy cerquita de su corazón. Sin embargo, me quedé mirándolo, y esto sonará muy loco, pero sentí en mi corazón como el Espíritu Santo me decía que él venía con una ansiedad tremenda y que no podía dormir. Así que le dije “Yo sé que crees en Dios, pero hoy Jesús te pregunta si crees que él puede hacerte libre y sanarte de lo que no te deja dormir”. Él se rió y vaciló un poco, pero cuando vio que yo me mantuve seria, me miró y me dijo “Llevo días sin dormir... sí, creo en Él”. Entonces lo tomé de la mano, oré por él y ordené que aquello que lo atormentaba en las noches lo dejara, por cuanto él había confesado creer en el Nombre de Jesús. Pues todo se trata de Él. Sentí como su mano empezaba a temblar cada vez que mencionaba ese nombre y me apretaba cada vez más fuerte. Cuando terminamos de orar, se quedó mirándome y dijo: “ustedes cargan con algo diferente. Vendré con mi hija dentro de 8 días a la célula, y espero que nos veamos en la iglesia”. Le sonreí y me fui, pensando de nuevo: “Realmente, por esto, todo vale la pena”. 


Figura 4. La hora del almuerzo


LA CLASE


Mientras eso sucedía, cuatro de las personas de la célula se estaban preparando para ir con nosotras a la iglesia. Llevamos a algunos de ellos a los baños comunales que hay en el sector y les dimos la ropa que habíamos llevado. Mientras ellos se vestían y arreglaban, Juanita y yo nos quedamos hablando con un hombre que había estado en la célula por primera vez. El tenía un saco muy elegante beige, casi cuello tortuga, y un jean y zapatos en buen estado. Tenía una maleta negra que no se veía económica, en la que llevaba todas sus pertenencias. Él nos empezó a contar su historia. Acababa de cumplir su condena en la cárcel, en la cual había escuchado la palabra de Dios. “Eso allá si van varios predicadores, para la gloria de Dios, y todos me dijeron que yo tenía un gran propósito”. Luego nos dijo que antes de salir, le había hecho un pacto a Dios, de que si lo ayudaba, lo primero que haría sería irse a un retiro espiritual. Justo en mi iglesia, dentro de 15 días, hay un retiro espiritual, el cual se llama “Encuentro con Jesús”. Estos eventos son a los que Nata llevó a Fer la primera vez que fue a la iglesia. Él nos dijo que nosotros habíamos sido la respuesta de Dios en su máxima expresión. Esto me hizo sentirme muy honrada, pues todas sabemos que no somos nosotras, sino que es la misericordia de Dios que se glorifica en nuestras debilidades y su amor inagotable.


BRAD PITT


Luego llegó Juan Pablo, quien antes me había dicho que se llamaba Brad Pitt. Sin lugar a duda, tiene una gracia increíble. Llegó con su perrita, llamada Fifí. Él contaba que la rescató cuando su exmujer lo dejó por otro hombre, por lo que la apodó como “Fifí, la que no miente”. Luego de reírnos un poco con él, nos dirigimos a la iglesia. En total, éramos 10 personas. 4 hombres de la célula, Aleja, Nata, sus dos hermanas chiquitas, Juanita y yo. Por lo que, cuando llegamos a la estación de transmilenio, Juan Pablo empezó a gritar que siguiéramos a la profe (Natalia), y durante todo el camino, se refirió a nosotros como una clase, y que no nos fuéramos a separar. En el camino, llevó una caja llena de dulces para vender... logró su cometido. Con su don de la palabra, convirtió a unas simples gomitas mentoladas, en una cura para conseguir pareja, y a unas barras de chocolate, el remedio contra la depresión. “Chocolates antidepresivos”, les decía. 


JESÚS


Al final del día, me despedí de todos ellos completamente agradecida, no solo por la experiencia inolvidable que vivimos con mi compañera, sino por todo lo que ellos me habían enseñado. Me mostraron la suficiencia de un amor verdadero, y que el amor transforma. Esta enseñanza culminó con uno de mis momentos favoritos del día. Cuando se acabó la reunión de la iglesia, oí que la persona que estaba sentada detrás mío dijo que se quería ir de encuentro (la actividad que expliqué anteriormente), a lo que yo respondí que debería hacerlo. En ese momento, Nata nos vio y gritó “¡Cristián, viniste!”. Yo no podía creer que aquel del que Nata me había contado, estaba al frente mío, lleno de fe en un futuro mejor. Todo esto gracias a dos chicas que se determinaron a amar, primero a Jesús, y luego, a amar a quienes Él ama. Él es el “por” y “para” de todo lo que está registrado en este diario de campo. Natalia lo expresó claramente, cuando le preguntamos cómo hacía todo esto: “Yo le había preguntado a Dios dónde quería que yo abriera la célula, y jamás me imaginé que el Samber sería la respuesta. Pero fui obediente, y cada vez que voy, siento cómo Dios pone amor en mi corazón por estas personas, y me transforma a mí a través de ellas. Me enseña a amar como él me amó a mí”. Esta es la esperanza y la buena noticia que están escuchando cada vez más personas, los sábados a las 11am, en el Samber.


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